¿En qué lugar del enmarañado
mundo de los mortales
los escupitajos del necio adornan
el camino
de un moribundo dios que ha
visto la ruina de su trono?
Como castillos de niebla
empujados por un resoplo del abismo
se ha vuelo su morada por
las espadas de estos. Sus hierros
han ido más allá de las
barricadas que guarnecían la derrota
ante otros dioses. Los
mortales enemigos pululan como sierpes
en la gruta y, demasiado fácil
es hacer rechinar el cascabel
de sus vergüenzas; más aún, armar
sus bocas de ese agrio liquido ambarino.
No es un sabio el que aún
tropieza con los hombres,
peor aún, un dios, el que
pierde la calma
en los arrabales contenciosos
de la tierra.
¿Quieres ser un dios? No vaciles
jamás
en extinguir el
monótono sol de los hombres!
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