Musique et Philosophie

¿Marcha Fúnebre?



Hoy persigo peces que ruedan
bajo un sol verde y de pétrea cara,
sus escaramuzas me recuerdan las sequías de un corazón 
buscando consuelo en las cenizas del fin…
Los caminos hilan sombríos por la canícula. Hoy un fuerte
olor a incienso cruza las abadías y los edificios;
también emiten sus perfumes otras hierbas
y otros delirios muy humanos
que parecen encharcarse en el horizonte.
Camino… todas las laderas que recorro
llevan este fundamental olor del destierro,
como si el mundo entero despreciara
a sus mártires y confinara al sepulcro a sus mentores!
Sigo… sólo veo el estío que en su lasciva jornada
incendia
las neuronas del pensador
enamorado de la tierra;
éste le calcina y roe todas sus venas
hasta hacer hervir, con su sangre
todas las nimiedades de hojalata.
¡Oh! ¡Cuánta sevicia!

Persigo peces que saben mentir…
¡Bah! Persigo la hojarasca
de un enjambre de sueños
que viaja con alas gastadas
sobre hondos abismos.

Persigo mi exilio,
persigo la métrica de la locura,
la armonía de la maldad
alojada en el vientre del mundo
por no sé qué designio de la natura hirviente
que un día blandió, también, sus esporas sobre las entrañas de mi madre.
Yo acudo a la fantasía originaria para purgar
el  sabor a ceniza  que en mi boca perdura
desde que el astro cruel se posó radical
sobre las jaulas donde los mortales moran.

Cazo… mi naturaleza delirante va blandiendo espejismos y
secretas lujurias alrededor de la tierra, de los pedazos
de tu cuerpo que rebotan en los costados del camino y de mi corazón mórbido!

Mi atmosfera aun es joven y quiere
tentar al crimen y al vicio que
rueda por las calles y los templos
las corbatas, las sotanas, y los espejos
de las señoritas turbias.
Pero los pájaros que la cruzan traen
recados de dioses olvidados
—para ungir una magia más fina, más delicada—;
porque es cierto, sus secretos me librarán
del imperdonable abismo!
Mi magia, mis velas, mis ritos… el cruel huracán!

¿Dónde están ahora los arpegios del instrumento en llamas?
Aquí no los hay...
 de cada lado del camino penden muchos incensarios
y las disquisiciones púdicas
que deshonran el tiempo,
mientras  la tierra gime
buscando la esencia
de los escogidos, los cañones
y las pistolas de los saltimbanquis que duermen.
¡Cuánta esperanza!

Singular fortuna: veme aquí enmarañado
por la suave afección
del amor tan humano y poco divino.
Todo este espejismo amargo, ¿La singular fortuna?

Viro al este,
veo en cada charco del severo estío, las runas
que anuncian la expurgación de la tierra:
los inconmensurables jardines de la filosofía
y la sombra de versos sibilinos que a la imaginación vienen
desde ignotas regiones — ¡Griegas!
¡Oh! Todo esto no es más que la
perfección eterna para imponer a la bigornia:
la espiritualidad del albatros
que planea los abismos amargos.
¡Oh! Cuanta beldad!

Sigo… me detengo y oigo entre la sorpresa:
“¡Deja ya de morir atado a aquel laurel sin gloria
seco y rudo”— Volteo la vista, es un cuervo turbado por el incienso.

“Sí, deja ya de blandir el puñal sobre tu propia carne” – grita también un cisne.

…Está bien, pero ¿Dónde quedan las promesas que alguna vez alumbró
la bóveda celeste?, Pregunté!
“Pensad, pensad oh joven bardo: ¡no son más que cosas humanas, no son más que eso!…. finitud, finitud, finitud….” — gruñeron todos al marcharse!
¡Oh! ¡Cuánta certeza!

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