Un ambiguo suplicio que
yerra de nuevo,
un lamento confuso
que zarpa, escuálido,
por los trópicos de la pena...
Rotas, las velas frágiles, vacilan,
en un paisaje frío y desolado.
Las manos sangran.
El cielo plomizo alumbra y hiere
—la carne y la memoria—
como tempestades brumosas
que adornan la esperanza
de un vago arcoíris...
yo el vagabundo,
el orgulloso blasfemo,
el dios y el ensueño,
el cisne y el cuervo,
he de perecer, ahora,
en este mar de plomo.
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