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Reflexiones Sobre La Educación Estética En Friedrich Schiller: El Impulso De Juego Como Condición Para Una Auténtica Libertad Política




Palabras clave: Juego-Belleza-Arte, Racionalidad, impulso sensible, impulso formal, estado estético, Estado estético, libertad política, racionalidad estética, resistencia-destrucción.

Este texto pretende aproximarse a algunos de los elementos más importantes del pensamiento de Schiller expuestos en sus cartas Sobre La Educación Estética Del Hombre[1]. Está desde luego enmarcado en los problemas que confieren a la estética moderna y que atañen no sólo a la filosofía del arte, sino al pensamiento filosófico en general.

Como elemento esencial y en cuanto momento a mi parecer decisivo ante la problemática que se teje ahí en un diálogo de hilos históricos, he optado, por un análisis de la noción de Juego, ya que, considero que es un elemento fundamental, no sólo, por la implicación que tuvo en su época como crítica a la razón ilustrada, sino también, por la riqueza que aportará para el posterior desarrollo de las teorías estéticas contemporáneas. Sin embargo, no se pretende abordar esta última problematicidad en toda su dimensión; es apresurado pensar, en las limitaciones de un escrito como este un problema de tal magnitud, más bien, aclaro que la aproximación es bastante somera, lo cual, no impide que este sea un problema muy notable, sobre el cual reflexionar más adelante.

Como se trata en este ejercicio de filosofar sobre la cultura, de filosofar sobre el arte, aquella forma tan sublime que tanto necesitamos se asiente sobre la vida, hay que subrayar que dados todos los sofismas de distracción operantes en la actualidad, el darnos a conocer esa actitud activa del Impulso de Juego que propone Schiller, enriquece nuestro trabajo al servicio de la educación y la cultura: refuerza con mucho los ideales de una noble educción.

Ya en su época Schiller defendió de manera acérrima el valor del Arte, el valor de la Belleza y el valor del Artista, (al que propondrá como educador de la humanidad), aún, por encima de los postulados más venerados de la razón. Y ello abre, la posibilidad para quienes se preocupen por la cultura, de darse a la tarea de enriquecer ese valor y fomentar la importancia del arte para la vida, como elemento indispensable de su elevación. De alguna manera Schiller decía, que una razón gélida contradecía los impulsos vitales del ser. Algo así como cercenarlo, despojarlo de una potencia que lo único en que devendría sería en barbarie y en decadencia. Por eso la importancia de Schiller, en su esfuerzo de armonizar a través de la belleza aquella razón cruda, sirvió hondamente en su época y desde luego nos es útil ahora para reflexionar sobre el sinsentido del espíritu del hombre actual, aquél que como en ninguna otra época ha relegado el arte de la vida. Schiller propuso a través de la belleza una salida a las grandes escisiones que este presentaba por los grandes condicionamientos históricos y en ese momento, por el ostensible fracaso de los ideales del llamado siglo de las luces.

Quizá la importancia más decisiva de Schiller sea el haber sospechado de esa razón tan violenta y haberla sondeado desde la belleza para pensar el advenimiento de una cultura más fecunda, en la que el arte ocupe el lugar de privilegio. Su importancia es haber advertido el papel del artista en calidad de educador de la humanidad, en calidad de encargado de construir un verdadero Estado de libertad. Es invaluable su trabajo elaborado en las cartas en cuanto señala que seamos más sensibles y conscientes con estos elementos tan fundamentales para la formación de una cultura sana, precisamente cuando advertimos la tan evidente carencia de unidad de estilo y la vida anfibia, que como Hegel decía, tiene que vivir el sujeto moderno. Pero esto requiere, sin duda, de una fuerza sobrehumana, heroica, poiética, capaz como veremos, de jugar con lo bello.

Digamos de una vez, para delimitar el carácter del Juego que propone Schiller, que sólo, es al creador a quien compete jugar a producir la bella apariencia. La producción artística es el resultado del esfuerzo por la poiesis de la apariencia (bella) del fenómeno. Por eso la ciencia, la política absolutista, la razón ilustrada y todos los productos culturales que pone en la superficie Schiller, deben ser pensados ahora desde el Juego. Estos carecen de libertad creadora, de una apreciación más profunda de la belleza. El juego es ante todo libertad y voluntad de creación, por lo que es un elemento de carácter transmutatorio, subversivo incluso. Así, si recordamos el pesar de Nietzsche admitimos que el único juego válido en el actual orden de cosas, es un juego que tiene como base la negación-creadora de los valores dominantes. Desde luego, en este punto coincidieron mucho Nietzsche y Schiller al señalar que la Ilustración era un “proyecto” que debía ser revaluado, ser superado.

Sin embargo, es evidente que es Schiller quien inaugura esta relación directa entre Juego- Arte y Belleza. Su idea más alta era hacer precisamente del Impulso de Juego[2] el principio de acción de toda belleza que transmute el caos de la guerra; un principio para la reestructuración de una cultura estéticamente afeada y escindida por cuanto los impulsos fundamentales del ser permanecían disgregados. El papel de la belleza y de la educación de la sensibilidad, no habían sido tenidos en cuenta por los gestores del proceso ilustrado, para los que sólo importaban las “brillantes” luces de la razón. Schiller dirá que las luces de ese movimiento intelectual, más bien, marcaron la escisión del espíritu en el hombre moderno, por cuanto, la luz de la razón eclipsó una parte fundamental de su ser: la sensibilidad. Ese tipo de razón no podía crear una cultura estética porque actuaba en detrimento de la naturaleza sensible-racional del carácter humano; esto es, marcaba su radical antagonismo, en miras, de una libertad y camino constate hacia un progreso, que según ellos, sólo la razón podría generar. Pero para Schiller es sólo la belleza la que puede ahora redimir esa ruptura, sólo el artista puede ahora reeducar los malos instintos que la razón instrumental ha ocasionado.

Pero, es necesario, adentrarse en los argumentos más fundamentales de Schiller. Para ello me serviré aunque someramente, de rastrear ciertas confluencias entre ideas estéticas, especialmente la relación con Fitche, además de Nietzsche.

En primer lugar, es pertinente analizar el proceso de concreción de la reflexión estética en Schiller, (la cual, como decía, nace precisamente de la preocupación ante el fracaso de los ideales ilustrados), para posteriormente dilucidar con más claridad el fundamento de la noción de Juego que se presentará como posible solución de dichas rupturas al interior de la vida del sujeto y sociedad moderna. A partir de este recorrido procurar una reflexión en torno a este problema filosófico propio de la modernidad en donde el arte, lo bello y el carácter aparentemente superfluo del Juego entrarían a reeducar o a ennoblecer esa vida mustia a que ha conllevado la instrumentalización de la razón.

Creo que debemos rescatar el esfuerzo de Schiller en su época, no sólo, porque contribuye grandemente a los ideales románticos, que procuraban ya la redención de una unidad universal dispersa, o porque las estéticas más contemporáneas se configuren a partir de muchos de esos presupuestos, sino porque se rescatará con él una noble dimensión de concebir la vida, como precisamente ocurrió en la antigua Grecia. Es evidente que se bosqueja en Schiller lo que después Nietzsche acentuaría más bellamente cuando se refería a establecer el dominio del arte sobre la vida: el pensamiento de Schiller confluye con Nietzsche en cuanto posibilidad de erigir una cultura aristocrática bajo el canon del arte; de las intuiciones y ejercicio de una filosofía en esencia poiética que permitan la transvaloración del oscuro tiempo presente en una voluntad de poderío constante. Sería interesante rastrear, a pesar de que Nietzsche en sus años de mayor madurez filosófica haya denunciado la excesiva carga moral que Schiller asigna al arte, las relaciones más sustanciales entre ambas ideas estéticas. Sin embargo, es evidente, que lo más importante y que es común a ambos pensadores, como aporte crucial a la cultura, es precisamente el diálogo histórico y el contraste que hacen del arte moderno con los ideales más fecundos de la Grecia Clásica. Eso será algo que incluso tímidamente Nietzsche reconocerá a Schiller en su joven ensayo sobre El Nacimiento Tragedia.

En Schiller encontramos precisamente esa preocupación inagotable por algo perdido en alguna época de la civilización humana; una sospecha, no tanto, de los ideales ilustrados, sino más bien, del tipo de razón que los configura. La sospecha de esa razón instrumental y perversa es un claro indicio de que en algún momento de occidente, el hombre pudo practicar el Juego libre de su naturaleza y configurar una cultura más excelente. Porque, ¿qué es una vida ilustrada que racionaliza la sensibilidad? ¿Qué es, sino una cosa árida en donde no se encontrará vestigio alguno de belleza sobre el espíritu humano? Es claro que a pesar del auge del llamado “neoclasicismo” como la expresión estética fundamental del movimiento Ilustrado, el arte no había sido considerado como un elemento educador de la humanidad que la condujera hacia su perfección final. El hombre seguía con un marcado ideal de ascensión pero las vías que usaba para ello (la técnica, la explotación, la táctica de guerra, razón instrumental), le mostraban la barbarie.

Lo que Schiller caracterizaría como Salvajismo y molicie, “…los dos extremos de la miseria humana reunidos en una misma época”[3], será precisamente la frase lapidaria, apertura de la crítica al fracaso de dichos principios ilustrados, los cuales, no habían dejado de ser un ostentoso bagaje teórico sin ninguna efectividad practico-social. Y es esa escisión entre teoría y praxis, pero además entre sensibilidad y razón, entre acción y belleza, la evidencia, más clara, de la cada vez desintegración de la cultura moderna para Schiller.

Lo que se pretende entonces es una reformulación política por una vía sustancialmente diferente, por ejemplo, a la estricta racionalidad kantiana y sus antagonismos. La idea es lograr que una educación estética se tome al individuo para que éste realice el ennoblecimiento de su carácter y que ulteriormente sí permita dar cuenta de una sociedad verdaderamente racional y libre. Todo esto se configurará por medio de la importante tarea que La Belleza y El Arte, a través, del artista derraman ahora sobre la vida. En general podríamos decir que está es la tesis central: una ascensión hacia la “libertad política” pero sólo a través de La Belleza. Esto sí constituiría, según Schiller, “la obra de arte más perfecta”[4].

Ahora bien, es conveniente señalar los rasgos constitutivos del carácter de Schiller a la hora de reflexionar acerca de sus planteamientos. Sabemos que Schiller tuvo una gran inclinación por las letras: fue filósofo-poeta, además de dramaturgo, y de ahí su enorme inquietud por la noción de genio, o por la pérdida de ese arte del ideal como él lo llamaba, que amenazaba con suprimir la libertad creadora del espíritu. Es válido hacer remembranza de ese tejido histórico y relacionarlo, por ejemplo, con pensadores más antiguos porque, ¿Acaso, no veíamos antaño en Platón ese mismo ideal de mantener el genio, por la forma en que demarcaba el estricto orden moral al que debía obedecer la polis, en su República ideal? ¿Acaso no se pretendía que en medio de todos esos preceptos morales y los deberes estrictos del ciudadano para con el “Estado”, la obtención de un noble ser, que lograse la síntesis del logos y la poiesis en el espíritu? Quizá esa misma intuición platónica pero bajo otro matiz es la pretendida por Kant, por ejemplo, cuando éste piensa en su crítica de juicio, en aquel individuo excepcional que tiene la capacidad de dar regla al arte. Por supuesto Nietzsche y su Supra-hombre no están tan lejos, como se suele creer, cuando pensamos en la posibilidad de erigir una cultura realmente fecunda, es decir, guiada por la intuición artística humana que se expresa como voluntad de poder. El mismo Nietzsche reconocerá en un escrito póstumo sobre “El Estado Griego” ese gran anhelo de Platón, oculto en el tejido de la República, al igual, que reconocerá en Schiller su valiosa intuición acerca del significado del coro en la tragedia como aislante del mundo real y preservador de su libertad poética.[5] Lo que quiero decir con esto, es que las preocupaciones más lucidas ante la barbarie, siempre las hemos visto, no en espíritus híbridos, escolásticos, positivistas, sino precisamente en quienes la sensibilidad se manifiesta de una forma tan refinada que con una sola intuición pueden advertir lo esencial humano y proponerlo como posibilidad, como una pintura posible de lo aristocrático.

En Schiller será precisamente esto lo que más inquieta su pensamiento; una forma de hacerse a un Estado estético en donde la humanidad supere todos los estados contrapuestos de su espíritu. El camino para ello se da a través de una unidad dialéctica que abarcaría justamente las escisiones que fragmentan su naturaleza; los principios antagónicos constitutivos de la naturaleza humana (sensibilidad y razón) fragmentados históricamente y en ese momento, aun más en detrimento, por la racionalidad ilustrada.

Puntualicemos entonces, que el constructo schilleriano es un constructo dialéctico y que está cimentado sobre juegos de oposiciones, (naturaleza frente a razón, estado natural frente a Estado de derecho, impulso sensible frente a impulso racional, etc.), en los cuales se irán matizando los problemas fundamentales del sujeto moderno. Es aquí donde la importancia del Impulso de Juego, precisamente como elemento lúdico (con la belleza), adquirirá un papel trascendental, por cuanto, armoniza dichos principios antagónicos haciendo de ellos, estadios, en los cuales, el carácter humano irá evolucionando. Así, por ejemplo, el estado estético del que Schiller nos habla en las cartas XI – XVI, estará mediado por dicho elemento lúdico, hasta la consecución de lo que el autor más adelante llamará el Estado estético, entendido éste ya como la instauración de una organización política propiamente dicha.

Ahora bien, el estado estético que se presenta en Schiller como estadio de la conciencia humana o mejor dicho, como estadio de cosas intermedias entre sensibilidad y razón (estado sensible del hombre y Estado Político si se quiere), llegará a su meta final, en la medida que dichas escisiones entre materia y forma, entre sensación y pensamiento, logren unirse en un movimiento dialéctico, que si bien, pareciera suprimir a los dos impulsos precedentes, los conservará para configurar una pura unidad estética. Una unidad estética que a tenor de su armonía, puede ahora sí conducir al sujeto a darse la tarea de trastocar los objetos y conceptos abstractos de la cultura ilustrada para construirse verdaderamente como sujeto moral.

Por supuesto, es más que reconocido este movimiento dialéctico de Schiller en la historia de la filosofía del arte y de la configuración de toda la estética moderna. Pero ¿Cómo es que logra Schiller una reconciliación de la esencia humana (la doble naturaleza sensible-racional), fragmentada en las exánimes abstracciones de una racionalidad por decirlo de alguna manera indigente? ¿Cómo es que se supera teóricamente el proceso de la Ilustración que tendrá su fundamento en el antagonismo que Kant formula entre individuo y sociedad? ¿Se superará realmente o como quizá Nietzsche denunciaba luego a los románticos, se quedará, en una escaramuza melancólica de un arte meramente narcótico? El argumento de Schiller es claro ante dicho fracaso ilustrado:

Schiller insiste en su reflexión desde la primera parte de la obra en que es necesario guiarse, por el principio antropológico, de la doble naturaleza inseparable del ser humano y, al cual, en la segunda parte de su trabajo otorgará las designaciones de “impulso sensible” e “impulso formal” respectivamente. Al medir dialécticamente el desarrollo posterior de dichos elementos en su configuración de un arte como instrumento vivo para la educación, Schiller despliega una dirección trascendental del concepto de belleza que estará precisamente bajo la tutela del principio antropológico anterior. Este punto es determinante en el pensamiento del autor porque implica ya un alejamiento en su reflexión histórico-filosófica, si bien, de algo de lo que Schiller fue grandemente deudor en el caso de la tesis fichteana, (como lo reconocerá en algún momento), también del problema del hiato kantiano entre sensibilidad y razón. Si bien, el método kantiano insistía para su investigación partir de la experiencia, en cuanto unidad de conocimiento objetivo y, así mismo, Fichte partir de la unidad e identidad de la autoconciencia, Schiller lo hace bajo el presupuesto de la cumplida unidad en el ser humano[6]. Esta cumplida unidad que en algún momento desde su origen de la humanidad estuvo ya presente y que como observa, fueron los griegos quienes mejor representan dicho carácter, es la que debe resurgir nuevamente a través de la antorcha de la belleza.

Recordemos que al final de la carta X el autor deja claro que la deducción del concepto trascendental de belleza se define como “una condición necesaria de la humanidad”[7] y, por tanto, dicho principio trascendental, al ser realzado con ese valor, avanza mucho más, tanto del hiato kantiano dejado en la naturaleza humana, como de la limitada identidad del yo fichteano que deja de lado la unidad general de la humanidad como carácter sensible-racional. En todo caso hay que puntualizar que tanto la influencia de Kant y más cercanamente la de Fichte ayudan a Schiller a configurar su revolucionario concepto educativo. Sin embargo, habría que revisar detalladamente la obra de Fichte, (Ensayo de una crítica de toda revelación), para rastrear con más detalle la configuración de la estética de nuestro autor. Ya en dicho ensayo Fichte reflexiona acerca de la emergencia de dar forma a la sensibilidad humana como elemento importante para acceder a una cultura de la libertad: dice Fichte: “¿No deberíamos, en materia de educación, tener más en cuenta el desarrollo del sentimiento de lo sublime? Este es un camino que la misma naturaleza nos abre para transitar desde la sensibilidad a la moralidad, y que en nuestra época nos es cerrado muy pronto por medio de Frivolidades y baratijas, y, entre otras cosas, también por teodiceas y doctrinas de la felicidad”[8]. Lo que Fichte advierte ya, tres años antes de la publicación de la obra de Schiller, es la clara evidencia de que el camino y los medios que el movimiento Ilustrado había empleado como fin teleológico hacia el progreso, eran vías sospechosas por cuanto no presentaban una base armónica de la educación, que obviamente se evidenciaba en el caos que el absolutismo en su transición a la burguesía dejaban. Fichte de alguna manera ya sospechaba que la sensibilidad humana no había tenido una educación adecuada y que podría contribuir políticamente si esto sucediera.

Es evidente también en este ensayo, si bien, no el carácter de la noción de Juego desarrollada por Schiller, sí la clara prefiguración de una teoría de los impulsos, de la cual como se puede ver en las cartas, es altamente deudora la estética de Schiller. En todo caso de acuerdo con esta primera obra de Fichte, se puede advertir que ya se prevé la mediación de lo estético, como lo es su consideración del sentimiento de lo sublime, en la configuración del sujeto moral. Sin embargo, habrá varias variantes, en ambas teorías, y que vale la pena resaltar: una de ellas y quizá la más importante es que mientras Fichte propone al filósofo como el encargado de concretizar el proceso de educación hacia la moralidad, para Schiller el ennoblecimiento estético del hombre estará a cargo más precisamente del artista. Hay una clara diferencia entre el Juego con la belleza como condición sine qua non de la humanidad (Schiller) y el ascenso a la moralidad a través del rigor y la disciplina del sujeto (aun sin forma estética) a través del mero conocimiento (Fichte). Schiller, por supuesto, elevó en su propuesta educativa el papel de la sensibilidad de lo bello para lograr el equilibrio entre la razón y el sentimiento que forjarían a un hombre esteta.

Sentado esto, el punto que más interesa aquí es el de la teoría de los impulsos ya que luego de su bifurcación original — con previo momento en Fichte — se postula en el discurso dialéctico schilleriano en cuanto unidad dialéctica, como racionalidad estética. Racionalidad estética que implica ya en el gran anhelo de Schiller, el primer paso en la consumación del Estado estético (como organización política) a partir de su gran principio rector, el Impulso de Juego.

De los impulsos de los que hablaba Fichte en la anterior obra citada (impulso hacia la existencia, impulso hacia la comunicación, impulso estético, etc.), Schiller determinaría la estrategia de su pensamiento, anclando el carácter general humano, en los dos impulsos originarios constitutivos (Impulso sensible e Impulso formal) y, que serán fundamentales tras su metamorfosis definitiva (la aplicación del Juego), para la superación de lo que también antaño, los contractualitas en las primeras teorías del Estado habían sistematizado en Estado natural y Estado moral, es decir, que la alternativa schilleriana supera dialécticamente a ambos en el posible advenimiento y concreción del Estado estético que se daría a partir de ese novedoso elemento lúdico que es el Juego. Pero ¿Cómo es que podemos hablar de una cultura estética en dicho Estado y, cuál es el proceso por el que el hombre podría configurar tal educación de su sensibilidad y, por ende, la configuración de una verdadera libertad política? El Juego y la belleza aparecen aquí relacionados en un momento crucial del pensamiento de Schiller. Es sólo a través de la belleza como dicha naturaleza (carácter) inseparable del hombre (impulso formal e impulso material), logran educarse simultáneamente. Es la cultura la que ahora debe proporcionar a través de esos elementos de espontaneidad y sinceridad constitutivos del Juego— y de la obra de arte en tanto que apariencia bella—, el modelo de libertad, de comunicación, y de acción libre de toda la sociedad. El impulso de Juego es el principio por el cual la belleza puede desplegarse libremente en el individuo y conciliar así las sensaciones y emociones con las ideas de la razón.

Puntualicemos: si los dos impulsos originarios de nuestra naturaleza actuasen de forma independiente, es decir, el impulso sensible primara sobre la fuerza de la razón, el hombre no superará su condición meramente física, natural. Estará preso de sus emociones, ergo sin libertad. Y si el impulso formal-racional, primara sobre la sensibilidad entonces se cercena la experiencia de lo bello, no hay armonía sobre la realidad del sujeto. Lo que quiere decir que si logra surgir el Impulso de Juego de la tensión dialéctica entre la fuerza de la razón y la sensibilidad, deviene ipso facto el acto de libertad. Esta es tal en cuanto el hombre recobra, tanto su capacidad de goce de lo físico, (al armonizar sus emociones), como de su capacidad moral (al armonizar la razón). El impulso de Juego se vuelve imprescindible en este proceso de libertad porque hace del hombre un ser estético.

Vale subrayar que sobre este punto Schiller hace un esclarecimiento importante, en cuanto dicho impulso de juego “reúne” a los dos precedentes. Este tiene que ver con el carácter contingente que sufre tanto la constitución formal del individuo y su constitución material bajo el movimiento unitario del Impulso de Juego. Dice Schiller refiriéndose a dicha doble constitución: “…el impulso de juego… hará contingentes a un tiempo mismo nuestra perfección y nuestra felicidad; y precisamente porque las hace contingentes las dos, porque con la necesidad desaparece también la contingencia, suprimirá la contingencia en ambas y, por tanto, introducirá forma en la materia y realidad en la forma”[9]. Nos encontramos aquí ante un argumento bastante claro. Por lo que se aboga es por una idea de humanidad en donde la acción reciproca de todas las fuerzas constitutivas del carácter humano se potencien armónicamente para forjar el advenimiento de una cultura – si se quiere para expresar un término nietzscheano - aristocrática.

Ahora bien, cabe subrayar en este punto y como diferenciación del mero proyecto ilustrado, (y quizás aún más atrás en Platón), que dicho ennoblecimiento cultural, - El Estado estético - o aquella libertad política de la que se presagia en la carta II, ha llegado hasta este momento quizá muy por encima, del mero educar hacia el bien o hacia el ideal de verdad de la cultura Ilustrada, y que incluso Platón, como veíamos, prefiguraba en su obra (especialmente en La República y en El Banquete). Y este es el punto de mayor trascendencia en Schiller, puesto que, si bien sigue bajo una idea eminentemente ilustrada como lo es la idea de educación del hombre[10], no se quedará simplemente con el ideal de formación a través del frío conocimiento conceptual-racional, sino que dará contextura viva a su formación, a través, de la puesta en práctica, de la interacción entre Juego y belleza, (formación estética). Hay toda una concepción poética aquí de la vida en donde el arte del ideal se cultiva bajo el horizonte de una educación de la sensibilidad que, si bien, conduce a la razón[11], lo hace precisamente en tanto posibilidad de trascender la mera razón positiva e instrumental. Racionalidad que para el autor ha causado la crisis.

Hablando de una concepción poética de la vida, vale recordar aquí un gran poema del mismo Schiller llamado “Los artistas”. Este poema nos ilustra acerca de esta actitud ante la vida, la cual, pone de relieve, según creo, el propósito estético de su obra, es decir, el conceder al arte el primado frente al conocimiento meramente científico y el ver en la belleza una forma de ascensión de la humanidad. He querido citar acá unas estrofas del poema porque tiene mucha afinidad a lo que como estudiantes de filosofía intentamos cultivar y, también porque confluye con lo que después Nietzsche nos decía acerca del establecimiento del dominio del arte sobre la vida.
Tomo un fragmento intermedio del poema:

“… Íntimos entrañables ‘de la armonía dichosa,
regocijantes compañeros ‘a través de la vida,
¡Lo más preciado, lo más noble que ella,
que dio la vida, diéranos para vivir!
Que ya de yugos libre el hombre, ‘ahora piense sus deberes,
que ame la cadena que lo guía,
y que con férreo cetro, ‘azar ninguno lo doblegue:
esto a vosotros lo agradece; ‘vuestra eternidad,
y un galardón sublime en vuestro corazón.
Por ello, porque en torno al cáliz ‘donde la libertad se nos derrama,
risueños se divierten ‘de la alegría los dioses,
y el venturoso sueño ‘se teje amablemente,
¡Abrazados seáis con todo amor!

Al sereno, al esplendoroso espíritu
que la necesidad cubrió con gracia,
que a su éter, al curso de sus astros
ordena que nos sirvan con deleite,
que, donde sobrecoge, ‘aún arrebata por su majestad,
y que hasta para devastar ‘engalanarse sabe,
a ese artista grande ‘vosotros imitáis.
Como sobre el arroyo, ‘tal un espejo claro,
danzando bogan las orillas variopintas,
el fulgor vespertino, ‘la campiña florida,
sobre la vida pobre así espejea
el animado mundo fantasmal ‘de la poesía.

Con nupcial atavío
a la desconocida pavorosa,
la Parca inexorable, nos ponéis delante.
Tal como vuestras urnas las cenizas,
así con un benigno ‘y mágico esplendor cubrís,
de las preocupaciones ‘el espantable coro.
Deprisa he recorrido los milenios,
el reino sin confines del pasado:
¡Cómo ríe, donde os quedáis, la humanidad,
de vosotros detrás, qué triste yace!

La que antaño con rápido plumaje
de vuestras manos creadoras, ‘de vigor llena se elevaba,
volvió otra vez a vuestros brazos,
cuando por la callada ‘victoria de los siglos
huyó de las mejillas ‘la gala de la vida,
de los miembros la fuerza
y triste, con cansino paso,
a tientas el anciano ‘con su bastón andaba.
Desde una fuente fresca entonces alcanzasteis
al sediento la onda de la vida.
Dos veces remozóse el tiempo,
dos veces por semillas que sembrasteis vosotros…”

¿Qué nos suscitan estas estrofas? ¿El Artista “que hasta para devastar ‘engalanarse sabe,…” y de cuyo eficaz rayo, la poesía y la comunión del arte se sirve? Lo que vemos en esta valoración de Schiller es una suerte de “imperativo estético” que se opone como verdugo incansable ante la inopia de la cultura; ante el traje macabro del bagaje conceptual de la racionalidad y que ahora enfrenta la tarea de poner sobre la vida “…el animado mundo fantasmal de la poesía”. ¿Qué es poesía sino el ejercicio del Juego, el ejercicio del cincelar sobre piedra con agudo entusiasmo? ¿Qué es, sino el ejercicio de darle alas al espíritu para congraciarlo con el cosmos, y la naturaleza? Ya ¡Sólo loco! ¡Sólo Poeta![12], en ritmo ditirámbico se proclamó el “animal astuto, saqueador” y mentiroso más grande de los tiempos y con eso Nietzsche acaba por sentenciar radicalmente la noción de verdad tan cristianamente amada en occidente, y tan rústicamente entronizada por Hegel. Como sabemos, todas ellas nociones que marcan la escisión histórica del espíritu del hombre occidental. Quizá la concepción poético-artística de la vida que se fragua en Schiller no alcance el calor más dionisíaco como en las ideas estéticas de Nietzsche, en donde se arranca felicidad y sentido incluso al “infierno”, pero constituye, sin duda, el primer movimiento de Juego con el que el artista “en la modernidad” deberá recrear y adornar la vida. Esto es, jugar, recrear la bella apariencia del fenómeno.

Pero retomemos esta sui géneris noción de Juego que nos propone Schiller para terminar de sopesarla. Estábamos en que el autor había visto ya claramente que la ascensión de la humanidad no puede fijarse sobre los cánones conceptuales de los ideales ilustrados; ha sospechado de sus limitaciones y ha propuesto una formación estética del espíritu para conseguirlo. Decíamos que para Schiller no es suficiente una educación que jira en torno del bien, o una educación para alcanzar la verdad. Esto es inverosímil a toda ascensión y comunión de la humanidad con la naturaleza y con el cosmos, porque, lo que perentoriamente importa es la armonía del espíritu humano, la comunión de sus partes escindidas a través del Juego y La Belleza, como único camino para alcanzar la Libertad política, el Estado estético.

Así pues, el impulso de Juego que a través de la belleza ya ha englobado los dos elementos constitutivos del hombre, precisamente, logrando la acción reciproca de ambos, presenta, en este movimiento un bemol importante y que conduce a Schiller a hacer confluir tanto el carácter de lo bello, como el del Juego, en el plano ideal. Schiller advierte sobre la frivolidad a la que tanto el valor de La Belleza como el de Juego podrían verse inducidos en la medida que permanecen tan contiguos. La dificultad consistiría en incurrir a rebajar La Belleza al limitarla a un mero artificio del juego, como si se tratase, de equiparar dicho juego con las cosas meramente finitas o a los objetos cotidianos que de alguna manera sirven lúdicamente al corriente esparcimiento humano.

De Jhohn William W : Odiseo y las Harpías
Si de La Belleza se ha hecho el instrumento más precioso hasta ahora, si se le ha adjudicado la tarea de redimir a una humanidad despotencializada, sin libertad moral alguna, ¿Podrá efectuar el cumplimiento de lo vital humano, es decir, la libertad física y moral, si esta, está circunscrita a un mero juego? Schiller reafirma ante esta hipotética objeción la fuerza del Impulso de Juego, elevándolo por completo al plano ideal y reafirmando a su vez el constructo ideal de Belleza que la razón hace. Dice Schiller al respecto: “… pero también buscaremos vanamente en la vida real la belleza de que aquí se trata. La belleza que se da realmente en la vida es la que corresponde a ese impulso de juego que hallamos por lo general en la vida real; pero el ideal de la belleza, que la razón construye, exige un impulso ideal de juego, que en todos sus juegos, debe el hombre tener muy presente”.[13] Llegamos así pues al punto donde Schiller esgrime, por decirlo de alguna manera, el “imperativo” de la razón estética, que quizá, constituya la más alta observación y contribución ante el imperativo de la razón ilustrada expresado en la frase de Kant sapere aude. Desde luego que para Schiller no se trata de un usar la razón a ciegas o de alcanzar la mayoría de edad con el traje festivo del progreso. Dice el autor: “el hombre con la belleza no debe hacer más que jugar y el hombre no debe jugar más que con la belleza”.[14] La noción de juego engloba aquí el carácter humano en una síntesis forjadora de moralidad y de libertad para con toda la configuración de la sociedad.

Tanto el impulso formal, como el impulso sensible que habían permanecido anteriormente en el hombre, como predominantes y disímiles, precisamente porque en tanto meros impulsos empujaban su naturaleza a hacer el capricho de cada uno, ahora, han devenido belleza, gracias, al más perfecto “equilibrio entre realidad y forma”.[15] La contrariedad de esta pareja de tendencias opuestas, presentes en el carácter humano - que de un lado empujaba más hacia la variación (I. Sensible) y del otro a la invariabilidad (I. Formal) -, se ha configurado ahora como unidad estética. Una unidad integra de lo humano que ya se expresó en el sentimiento estético de los griegos y que se contempla como posibilidad de inversión de la barbarie moderna, englobando también con ello, el cada vez más firme proceso de aburguesamiento.

El Juego será pues, la más sublime práctica del hombre en cuanto verdadero hombre. Un ejercicio sincero y espontáneo de su accionar libre, en donde, a la vez experimentará tanto la plenitud sensible del mundo, como su constante dominio moral ante él. Recordemos, que sólo el creador juega a producir la bella apariencia, sólo el artista tiene el poder de transformar el fenómeno aislado y escindido, en un objeto bello. El Juego es ante todo voluntad de creación.

¿Qué es jugar? ¡La espontaneidad del espíritu! Su sinceridad, su inocencia, su creatividad, su inmoralidad diría también Nietzsche. El juego configura la esencia de la obra de arte, su apariencia bella, desinhibiéndola del concepto, de su frustración lógica y esquemática. Pero quizá también podamos, en un sentido más extremo, extrapolar el Juego, a resistencia y a destrucción. Porque, sin duda, que el Juego nos plantea a través de ese ideal e imperativo estético, una senda diferente de la barbarie que genera un ser escindido. Recordemos con que espontaneidad y resistencia Jhasua, el niño del filme “La Vida Es Bella”[16] derrota en el Juego, que propone su padre Guido, la guerra de la Italia fascista. El Juego— en este caso expresado a través de la comedia— destruye por muy lúdico que parezca; y es así pues como de la relación entre Juego y belleza se estructura también el modelo de un Estado completamente estético.

Ahora bien, ya para terminar hay que decir que Schiller tuvo la capacidad para observar el advenimiento de una sociedad que bajo una lógica perversa de la razón, enajena todas las capacidades creativas del espíritu. El paso esencial para ello fue determinar con claridad, que como en ninguna otra época, es el espíritu de la ilustración (progreso, libertad, ciencia, emancipación, etc.), el que cosifica todo cuanto pasa por la mano del hombre moderno. Schiller nota que la barbarie, la pobreza, la guerra nacen es precisamente del mismo ejercicio de la razón y es por ello, que su propuesta estética es completamente justificada, más aún, cuando se pretende recuperar el valor de las expresiones del espíritu para ponerlas al servicio de la vida.

De igual manera, Schiller observó la aparición del inminente proceso de aburguesamiento y aún, cuando Hegel determinase no sólo sus síntomas sino su afincamiento general, es evidente, que la postura artística que Schiller configura en el Juego constituye una clara alternativa de resistencia y destrucción de los valores anti-poiéticos que dicha sociedad expandía sobre los hombres. Asimismo, vale decir, que hay prefigurada ya en Schiller una pregunta del “para que” del arte, que Hölderlin se haría, aun más, vehementemente. Está incluso prefigurado, también, el propio sistema dialéctico de Hegel; casi toda su reflexión sobre estética y el carácter general del artista moderno en cuanto éste debe darse a la tarea de cultivar el ideal por encima de todo.

En relación con este último punto cabe finalizar recordando lo que planteaba el colombiano Gutiérrez Girardot, en su análisis sobre el arte en la sociedad burguesa moderna. Girardot hablaba de una actitud común a los artistas que de una u otra manera jugaban a pintar su propia vida ante el empobrecimiento general de la cultura. Dice Girardot: Como no hacían “…otra cosa que abundar en la comprobación del predominio de los valores burgueses, del establecimiento de la sociedad burguesa...”[17], el artista reacciona mediante su creación (Juego con la belleza) rechazando (“con un gesto romántico”), esa facticidad imperante “… y al mismo tiempo reflexionando sobre su situación en esa sociedad”.[18]

Recordemos que el escritor colombiano describe a través del análisis literario, una doble e importantísima característica del artista de la moderna sociedad burguesa. Primero la consideración de que a la respuesta a la pregunta del “para qué” del arte debe ir ligada a la negación radical, individual, que el artista hace casi que naturalmente de su tiempo presente y que también veíamos en Schiller, en lo que él denominaba la autonomía del arte frente a la trivialidad y frivolidad de su época. Y otro aspecto de dicho carácter del artista en la sociedad burguesa, que será su evasión (como Juego, como ejercicio libre de la imaginación, de la fantasía) en otros mundos; esto es también su irremediable visión mnémica de un momento sublime de la cultura (o “la nostalgia de otro siglo”[19]), elemento sobre el cual Schiller fundamentó su trabajo.
Tenemos entonces negación del presente y evasión a otros mundos como dos elementos que paradójicamente no son en el artista moderno, una huida de la realidad, como tal, sino una afirmación consciente y al mismo tiempo posibilidad de Juego — como inversión de ese hastío, de ese aburrimiento, y de lo indigente en donde flota la vida.

Sin embargo, mucho tiempo después de Las Cartas De La Educación Estética, nos encontramos a un artista que a pesar de su inevitable inmersión en esa realidad social burguesa, no acepta sus normas prefijadas, es decir, sus valores fundantes ni operantes, pero que tiene que llevar en todo caso una vida doble: no pudiendo separarse radicalmente de la sociedad dominante, por un lado, y viviendo su existencia anti-burguesa en su realidad literaria, en su propio Juego poiético, como segunda posibilidad. Pareciera como si las escisiones a las que Schiller tanto intentó superar hubiesen tomado aun más forma y carácter, y que el espíritu espontáneo y prometedor del Juego, el espíritu inocente y libre de la obra de arte se hubiesen disuelto.
No obstante, y según los acontecimientos históricos, es indispensable que el artista tiene que luchar contra el claro advenimiento de su noche, contra su papel cada vez más secundario y relegado, precisamente porque el Juego “pareciese” ser poco productivo en comparación a los “logros” del acervo científico. El Juego debería ahora como principio rector y estructural de una cultura sana, trastocar esos intereses ideológicos en apariencia bella, en arte.

De esto vale proponer que el artista y el filósofo deben repensar la noción de Juego en cuanto posibilidad de destrucción. Sí, como posibilidad de resistencia y destrucción de todo valor antipoético, antiestético, en suma. Porque del ejercicio de un pensamiento armoniosamente peligroso, nada tímido o sensiblero, depende toda configuración de una cultura sana. El Juego siempre será arte de su concreción, de su seriedad y, debe actuar como perspectiva libre y creadora, ante la moral de quienes no pueden hacerlo. El germen de La Belleza siempre tendrá implicaciones políticas, aún, cuando el orden de la política actual conciba La Educación y los valores estéticos como prevaricación al presupuesto nacional de la guerra.

El proceso de educación que lleva al hombre desde un orden inferior al camino estético de valoración de la vida, implicará el trabajo constante por la apropiación de mucha cultura: darse a la tarea de hacer la síntesis del impulso sensible y el impulso racional a través del vasto lenguaje del arte. Sólo ahí el hombre puede jugar, ser libre, ser verdaderamente racional y alcanzar con ello el auténtico Estado de Derecho.

[1] Obra del gran talento de Friedrich Von Schiller, quien además de filósofo, poeta, dramaturgo, Historiador fue médico. La obra fue concebida en 1795 bajo el título original de Über die ästhetische Erziehung des Menschen, tras su gran preocupación por educar íntegramente al hombre y llevarlo a superar así las lacónicas propuestas del siglo de las luces.
[2] Juego que en Kant se mantiene aún dentro de los límites de la racionalidad, como acción o “juego” libre entre las facultades del conocimiento, de la imaginación y el entendimiento.
[3] Schiller. F “Sobre las cartas de la educación estética del hombre”, Tecnos – Madrid 1991, pág. 109
[4] Ibíd. pág. 99
[5] Nietzsche Friedrich, El Nacimiento de la Tragedia, Sección 7
[6] Cumplida unidad que se puede rastrear desde el sentimiento estético de los griegos, precisamente porque en ese sentir, el principio antropológico de la doble naturaleza sensible-racional del ser humano se desenvolvía libremente, no permanecía escindido. Parece que el orden de la cultura en la Grecia Clásica garantizaba que ambos impulsos, la facultad sensible y la facultad racional, se integraran armónicamente a través de la belleza.
[7] Schiller F. Sobre las cartas de la educación estética del hombre, Tecnos – Madrid 1991, pág. 134
[8] Fichte J. Ensayo de una crítica a toda revelación, 2da Edición Königsberg 1793, pág. 15
[9] Schiller. F Sobre las cartas de la educación estética del hombre, Tecnos – Madrid 1991, pág. 150
[10] Expresado en el imperativo kantiano “aprende a valerte de tu propia razón”
[11] A una nueva razón: en un sentido más extremo podríamos decir que se trata de una razón estética.
[12] Nietzsche. F, Ditirambos de Dionisos, poema I “¡Sólo loco! ¡Sólo poeta!”
[13] Schiller. F. Sobre las cartas de la educación estética del hombre, Tecnos – Madrid 1991, pág. 154
[14] Ibíd. Pág. 155
[15] Ibídem
[16] Escrita, dirigida y protagonizada por Roberto Beggini
[17] Gutiérrez Girardot Rafael, Modernismo: Supuestos históricos y culturales, Fondo de cultura económica, Bogotá 1987, pág. 36
[18] ibídem
[19] Ibíd. pág. 39

2 comentarios:

  1. Edison, que interesante texto.Pienso que desde el escenario en que nos movilicemos, estamos implicados en la educación estética de la persona y por lo tanto de la sociedad; como una alternativa; frente a las tensiones que se manifiestan en los diversos contextos, que hacen parte de la vida de las organizaciones y de la sociedad en general.Saludos cordiales.Marina Vela

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  2. Muchas gracias Marina por su apreciación. Por su puesto la Educación estética del ser humano es vital. Yo soy uno de los que piensa que no debe ser una mera alternativa, el carácter, la vida misma debe alcanzar un estado estético. La educación debe replantear que el arte no debe ser una cuestión extracurricular, debe ser parte activa de todos los procesos relacionados con la educabilidad y enseñabilidad del ser humano. Un abrazo!

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